Escucho todos los días declaraciones oficiales de un México que no puedo reconocer, en el cual se generan empleos constantemente, en el que se le gana la guerra a un oponente que parece omnipresente, o por lo menos presente en todo el país, en el que un viaje del presidente se decide por el “conceso” de 2000 personas en un país de 20 millones, ¿será que tengo un problema auditivo?
El precio de la gasolina se incrementó, no es novedad, claro que tampoco lo es que los salarios no lo hagan; la inseguridad continua, pero si veo las telenovelas es mejor, ahí el bien siempre triunfa; ahora que si lo que prefiero es alimentar mis expectativas de mejora, siempre puedo ver un programa de concursos: ”los pobres también tienen oportunidades.”
¿Cuál es la verdad, la que me muestra la pantalla o la que se queda en el escritorio del editor?
¿Será que estoy equivocada al no reconocer como propia la realidad que me muestra el consenso de los medios?
¿Debo entonces entender que la realidad no siempre corresponde a la verdad y en tanto así sea no es necesario que defienda mi opinión si es contraria a este consenso?
¿Si la respuesta a la pregunta anterior es afirmativa, entonces por qué defender mi derecho a la libertad de expresión y de pensamiento, si mi pertenencia a la comunidad y a su realidad me imponen que extinga mi propio criterio?
Debo ceder libertades para integrarme al pacto social, pero no solo eso, el ejercicio de los derechos restantes tiene que ceñirse a la “realidad social”, la crítica sólo podrá darse dentro del mismo discurso, con los mismos parámetros, en el mismo juego, bajo las mismas reglas, otra alternativa es inimaginable.
La reflexión del día: ¿La realidad es apabullante?
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