La discriminación como herramienta de elección, tiene una aplicación cotidiana que sin duda nos es muy familiar, sin embargo, cuando ésta posee un carácter sociológico, puede y de hecho adquiere, otro carácter, para convertirse en un elemento de control social.
¿Cómo funciona? La identidad de los individuos permite integrar comunidades, que en mayor o menor medida se religan a través de elementos compartidos: aspectos raciales, sexuales, económicos, sociales, gustos o afinidades.
Sin embargo la sociedad actual, como hemos hecho referencia en notas previas, busca homologar los hábitos de consumo, y en ese sentido, difunde un estereotipo que eventualmente les permitirá obtener “la verdadera felicidad”, y cuyos principales factores son: una mayor posibilidad de consumo y un modelo estético anglosajón.
No es difícil comprender que toda persona que se encuentre aleccionada sobre la aceptación de este modelo (ampliamente difundido por los medios de comunicación), experimente en mayor o menor medida frustración o competitividad desmedida, en función directamente proporcional al grado en que cumpla o pueda cumplir con tales exigencias.
Para aquellos que no aceptan tal estereotipo, su crítica se convierte en una exigencia, es necesario reconocer que no hay posibilidad de homologación, porque en la medida en que se extinguen las diferencias en una sociedad, se estanca y condena a la decadencia. Esta situación la ha comprendido bien un sector del corporativismo actual y no sólo eso, ha identificado la posibilidad que implica su explotación, sino ¿porque el interés?
La reflexión del día: ¿Ser naco es chido?
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